- ¿Es posible obtener buenos resultados en exterior si no se dispone de muchos medios y si las condiciones son atípicas o incluso poco favorables? La respuesta es sí.
- Y si tenéis alguna duda, podéis preguntarle al protagonista de este artículo, un pastor amante de la marihuana que aprovechó los pastos de su región para cultivar una de sus variedades preferidas: la superproductora Moby Dick XXL Autoflowering de Dinafem.
- Nuestro colaborador Ganja Farmer nos presenta en este grow report una experiencia de cultivo guerrilla de lo más inusual.
Un emplazamiento privilegiado
En las Causses (Francia), la altitud es de 1200 metros y, aunque en principio no parezca gran cosa, las frías temperaturas nocturnas impiden que la temporada de cultivo dure más de 120 días. Esta es la razón por la que me gustan tanto las semillas de Dinafem, firma que desde mi punto de vista destaca por sus variedades autoflorecientes. Yo tengo especial predilección por las versiones XXL, sobre todo de Amnesia y Moby Dick, ya que están listas para cosechar en un periodo de 100 a 110 días. En cuanto a la calidad, el tiempo en el que las automáticas no provocaban más que una sensación de pesadez es cosa del pasado. En la actualidad son igual de buenas que el resto de variedades, pero con la ventaja añadida de que su ciclo de vida es mucho más corto.
Mis pastos y el refugio en el que me resguardo por las noches se encuentran a 27 kilómetros de los primeros comercios y el dueño del ganado del que me ocupo tiene que hacer 15 kilómetros en quad por caminos de montaña mal acondicionados una vez a la semana para abastecerme de provisiones. En cinco años no he visto una sola alma por estos lares, así que no hace falta decir que es el lugar idóneo para cultivar. La tierra es de muy buena calidad, con un pH ideal de entre 5 y 6, y aunque la temperatura desciende bastante por las noches, tiene la ventaja de que no llega a ser excesiva durante el día. Además, la intensidad del sol de junio y julio es la perfecta para obtener los mejores cogollos.
La importancia de una buena germinación
A mi llegada, el martes 12 de abril, pongo las semillas a germinar. En mis comienzos como cultivador perdía prácticamente una semilla de cada dos en este decisivo paso, pero ahora sigo un proceso de lo más riguroso para garantizar el éxito de la operación. Primero dejo las semillas a remojo en agua de lluvia durante quince horas (ni una más porque si no podrían dañarse) y a continuación las coloco en macetas de turba, que facilitan la labor de trasplante, con tierra especial para la germinación. Para que no se estropeen, la tierra tiene que tener muy poca humedad, así que mi recomendación es no saturar el sustrato de agua. El último factor crítico es la temperatura, que tiene que estar comprendida entre los 18 y los 20 ºC y mantenerse constante. Frente a la chimenea del refugio, dispongo unas piedras grandes y planas para que almacenen el calor y coloco las macetas con las semillas sobre ellas. Además, me sirvo de un termómetro para asegurarme de que la temperatura se mantiene constate. Mediante este sistema, consigo germinar diecinueve de mis veinte semillas.
Entramos en mayo, pero aún es demasiado pronto para trasladar los jóvenes brotes al exterior desprovistos de protección. Así pues, improviso un invernadero con orientación sur y protegido de los vientos predominantes frente a la entrada del refugio. Para ello, apoyo contra un murete de piedras secas unos postes de unos tres metros extraídos de unos pequeños abetos que había talado previamente y los cubro con una lona de PVC transparente que sujeto con más piedras de buen tamaño. Esto me permite tener las plantas en exterior sin necesidad de esperar a que la temperatura supere claramente la barrera de los 20 ºC durante el día y de los 10 ºC durante la noche. En realidad habría podido trasplantarlas a partir del 15 de mayo, pero en las zonas de media montaña nunca se sabe; a veces a las estaciones les cuesta terminar de cambiar y con un invernadero incluso tan rudimentario como el mío se le pueden ganar de cuatro a seis semanas a la temporada.
Un cultivo de guerrilla excepcional
Aprovecho este tiempo de espera para preparar el terreno. En el caso de las autoflorecientes tiene que ser de un metro cuadrado por planta aproximadamente. La zona la había elegido previamente guiándome por el sol y había optado por un espacio sin sombra que garantiza que a mediados de junio las plantas reciban sus buenas quince horas de sol, que les sienta de maravilla. Aprovechando que estoy en la montaña, utilizo un terreno ligeramente en pendiente (con una inclinación del 10 %), pues la hierba es como la vid: al contrario que otras plantas que no necesitan tanta exposición solar y para las que el efecto sería demasiado fuerte, agradece recibir la luz de forma oblicua. Preparo cada emplazamiento, de un metro cuadrado, con dos palas, añado una carretilla de estiércol de oveja (el de ave sería más adecuado pero el que tengo está pasado) y creo unos surcos de cinco a diez centímetros para el riego.
Realizo el trasplante el domingo 22 de mayo, cuarenta días después de la siembra. Las plantas se encuentran en la fase vegetativa, miden ya 30 centímetros y han desarrollado seis ramificaciones. El 4 de junio, momento en el que han superado la berrera de los 50 centímetros, aparecen los primeros filamentos que anuncian la floración, pero la cosa no se pone seria hasta el 20 de junio, cuando han transcurrido setenta días. A las autoflorecientes les sientan genial los interminables días de junio, lo que provoca que se estiren de forma impresionante: los 67 centímetros que miden el 20 de junio se convierten en 1,29 metros para el 9 de julio, diecinueve días después. Este año el sol es especialmente generoso y los cogollos se desarrollan de forma notable. Nos encontramos en un punto muy delicado en el que es fundamental evitar el más mínimo estrés. Los cuatro perros que cuidan del rebaño han interiorizado que les está estrictamente prohibido acercarse a las plantas. Muchos animales tienen tendencia a pastar las hojas de las plantas, y no solo los perros, el ganado tampoco se libra.
A partir del 14 de julio; es decir, pasados 94 días, empiezo a plantearme la opción de cosechar. Hace un tiempo estupendo y no hay rastro de nubes en el cielo. Al final decido esperar algún día más sin necesidad de observar los tricomas con lupa: como con los tomates, me gusta que la hierba esté bien madura. Teniendo en cuenta todo ello, dejo de regar diez días antes de la fecha prevista y, a partir de ahí, todo pasa a depender del tiempo, pues cosechar en condiciones secas es fundamental. El 22 de julio veo que se avecina tormenta y suena la hora de la cosecha. La planta más grande, bautizada como miss Maggie, ha alcanzado una altura de 1,32 metros y ha producido unos cogollos que pesan 228 gramos una vez secos y manicurados. Cuatro de las diecinueve plantas superan los 200 gramos, otras tres están entorno a los 170, ocho han producido entre 100 y 150 y la más pequeña, 78 gramos a pesar de su tamaño más reducido. El total de la cosecha de 2016 asciende por tanto a 1759 gramos.
Resumen en cifras:
- Siembra el 12 de abril y cosecha el 22 de julio; esto es, 102 días o 14 semanas
- Crecimiento y floración de alrededor de 50 días respectivamente
- Temperatura diurna: mínima de 12 ºC y máxima de 32 °C
- Temperatura nocturna: mínima de 8 °C y máxima de 19 °C
- 95 días de exposición solar y 3 cm de agua de lluvia por m²
- Abono: estiércol de oveja biológico rico en potasio (2 años en descomposición como mínimo)
- Producción: 1759 g distribuidos en 19 plantas o una media de 90 g por planta
- Inversión total: 180 €
- Tiempo de trabajo efectivo: unas 10 horas (la mitad para el manicurado y el secado)
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