- Los coffee-shops, que durante mucho tiempo fueron un símbolo de libertad inimaginable en los países vecinos, se encuentran en proceso de extinción. Su desaparición gradual ha generado una enorme decepción entre los consumidores europeos y parece suponer el fin de una era.
Desde principios de la década de 1970, Holanda se dio a conocer como uno de los países más innovadores en el mundo en materia social: prisiones y hospitales psiquiátricos abiertos, barrios reservados al ejercicio de la prostitución legal, un sistema sanitario equitativo, la acogida de inmigrantes, la integración de las comunidades homosexuales y la tolerancia contemplada frente a los fumadores de cannabis. Por otro lado, esta tolerancia se extendía a los estilos de vida alternativos que habían ido apareciendo por todo Occidente a finales de los años sesenta, de entre los cuales el movimiento abanderado fue el «okupa», en Ámsterdam y en las principales ciudades del país.
Los gobiernos socialdemócratas y de centro-izquierda que gobernaban el país de la bicicleta durante esos años crearon un modelo democrático al estilo escandinavo envidiado por los países vecinos de la unión económica del Benelux y, más tarde, de la Unión Europea. El ambiente de convivencia de los coffee-shop y la reputación festiva y libertaria de Ámsterdam eran cosas estrictamente inimaginables en los países vecinos de este pequeño reino de 15 millones de habitantes bendecidos por los dioses. En los años 80, la prohibición dominó de forma amplia en el paisaje europeo, especialmente en Francia. La posibilidad de poder consumir cannabis de calidad de forma completamente legal, acomodado tranquilamente delante de una taza caliente aparecía como un concepto totalmente nuevo, el símbolo de una libertad a la que aspiraban en vano muchos consumidores europeos.
Debido a la naturaleza de la economía de mercado, no tardó en emerger un sector turístico que aportaba millones de euros. En 2010, las autoridades del país cifraban el número de consumidores extranjeros que visitaban los coffee-shops cada año en alrededor de un millón trescientos mil. En un inicio, el fenómeno afectó de forma masiva a la ciudad de Ámsterdam, el único centro de atracción turística real del país. Pero en una segunda etapa, empezó a afectar cada vez de forma más masiva las ciudades fronterizas del sur: Breda, Roosendaal, Terneuzen, Goes, Middelburg y otras ciudades de las provincias de Limbourg y de Brabant septentrional. El volumen de negocios de los coffee-shops locales se disparó literalmente. Si tomamos como ejemplo la ciudad de Terneuzen, situada en la frontera meridional del territorio y a una hora de trayecto de Lille, encontramos el establecimiento Check-Point, donde a veces había que hacer cola con el tique durante media hora larga para que a uno le sirvieran. Durante el fin de semana, miles de jóvenes (y menos jóvenes) principalmente franceses, pero también belgas y alemanes, venían aquí a consumir a una sala de estar inmensa y siempre llena de humo. A menudo volvían a sus casas después de haber hecho algunas compras y haber disfrutado de un día genial.
«No hay que olvidar que Países Bajos es principalmente un país de cultura protestante y, como tal, a veces puritano...»
Hoy en día, esa época parece muy lejana. Desde ya hace años, Holanda ha entrado en una fase de alternancia política radical. Los partidos cristianos/luteranos ortodoxos y conservadores han aumentado su representación en el congreso de los diputados. Por otro lado, el Partido por la Libertad (PVV), fundado en 2006 por Geert Wilders, acerca la voz de la extrema derecha populista a la asamblea legislativa y participa en el gobierno. Nunca hay que olvidar que Holanda también es un país MUY protestante y, como tal, puritano, amante de la discreción, con respeto a la moral y a la ley en el espacio público. La tolerancia se ha visto enfrentada a sus límites y Mark Rutter, el primer ministro, «enemigo personal» autoproclamado del cannabis, ha llevado a cabo en pocos años un desmantelamiento sistemático de los espacios de libertad creados por sus predecesores.
El intento, en 2012, de imponer el Wietpass, una especie de pasaporte que limitaba los placeres de la marihuana legal a los holandeses, habrá sido en vano. Los representantes del sector se han movilizado para defender sus empresas y el debate ha sido acalorado. Parece que su peso económico ha decantado la balanza. Resulta imposible modificar, por ejemplo, la situación de los coffee-shops en Ámsterdam ya que, en periodo de crisis, sería una catástrofe, anunciada por todos los profesionales del turismo, más allá de los propietarios de los establecimientos. Pero el razonamiento valía también en el caso de otras grandes ciudades que se han beneficiado, aunque sea poco, de dicho comercio. Por otro lado, durante este periodo ha resurgido el tráfico de drogas en la calle, que había desaparecido desde hacía veinte años. Frente la resistencia que ha generado la dureza de la medida, el gobierno de La Haya, ha tenido que hacer marcha atrás, aunque sin renunciar a sus objetivos prioritarios: desmantelar a medio plazo el sector del cannabis.
Los fumadores que viajaban desde regiones del norte de Francia y de Bélgica han sido uno de los objetivos prioritarios. La coalición de centro-derecha hizo votar en 2013 una ley que otorgaba todos los poderes a los representantes locales para regular o prohibir pura y simplemente los coffee shops en «su» ciudad. Los establecimientos situados en las zonas fronterizas cerraron unos tras otros. Los que permanecieron abiertos, se enfrentaron a la prohibición de permitir la entrada a visitantes extranjeros. En el caso de todos los consumidores extranjeros que no han recibido el mensaje y se han emperrado en acudir al interior del país, las denuncias y multas se han multiplicado, algo que ha recordado a todos que aunque el consumo se tolere, la exportación está y seguirá estando prohibida. Se han llevado a cabo actos de cooperación muy eficaces con las aduanas belgas y francesas. Los agentes aduaneros franceses se han situado en los aparcamientos cercanos a los coffee shops para detectar los números de matrícula de posibles infractores con el objetivo de inspeccionarles en la frontera.
«Holanda nunca ha sido el paraíso de los fumadores que muchos creyeron que sería...».
Para muchos turistas ocasionales, esta actitud represiva ha supuesto una profunda decepción. En las redes sociales y los foros se multiplican los comentarios frustrados y desilusionados como el que dejó Wizzard33 en el foro Cannaweed: «De todos modos, ahora allí ya no hay nada, solo quedan zuecos, canales y molinos bajo la lluvia, cosas de viejos, vaya, nada bueno para atraer a los turistas.» La imagen festiva, libertaria y acogedora vinculada tradicionalmente a Holanda parece haber dejado lugar a la de una sociedad estrictamente conservadora, cerrada e implacablemente represiva, sin duda también falsa. La verdad probablemente se encuentra en un punto medio. Holanda nunca ha sido el paraíso de los fumadores que muchos creyeron que sería. Aunque el consumo del cannabis en el país se ha tolerado durante mucho tiempo y ha impulsado la creación de un sector económico, la opinión mayoritaria no lo consideraba mejor que frecuentar los barrios «reservados». Hay que recordar que a pesar de una amplia disponibilidad de venta, el consumo de cannabis por habitante es un 30 % inferior en comparación con el la cifra registrada en Francia. La tolerancia es sin duda una virtud nacional, pero supone también una forma de condescendencia piadosa. En ningún caso podría aceptar el tráfico transfronterizo regular y masivo. Tampoco podría soportar ver la imagen del país relacionada con la de una hoja de cáñamo.
Sin embargo, también es verdad que los holandeses están a favor de la legalización en un 61 %, mientras que en Francia el 63 % de los encuestados se declaran en contra. Este episodio revela también dos concepciones de la ley y de las sociedades opuestas. Como destaca Rik, abogado holandés guasón: «En Francia, a veces las leyes son inadecuadas o inaplicables. Es normal intentar eludirlas o, al menos, no es tan grave hacerlo. En Holanda hacemos lo posible para adaptar la legislación a las prácticas sociales. Pero, a cambio, la sociedad espera que el ciudadano se adhiera a ellas estrictamente. En Francia, por ejemplo, han aparecido aquí y allí múltiples colectivos de cultivadores «responsables». Su actividad es ilegal pero los poderes públicos permanecen impasibles frente a dicha infracción ya que el orden público no se ve amenazado directamente». En Holanda, los Cannabis Social Clubs son escasísimos y completamente clandestinos, porque son ilegales. La voluntad del gobierno de desmantelar el sector se encuentra con una diferencia de sensibilidad con la opinión pública, que conserva el apego al respeto de lo que considera una libertad. Como sucede a menudo, el cannabis polariza los conflictos y los debates sobre la evolución de la sociedad. La lucha continúa y osados serán los que se arriesguen a predecir su desenlace.
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