- La guerra en Siria ha destruido el país casi por completo y ha sembrado de inseguridad a sus países vecinos, una situación que ha llevado a los gobiernos de la zona a pasar por alto cosas como el cultivo de cannabis, que antes estaba excesivamente vigilado y perseguido. Muy cerca de allí, el continuo conflicto entre Israel y Palestina mantiene el bloqueo y el cierre de fronteras, por lo que los israelíes se ven obligados a cultivar por sí mismos la marihuana que antes entraba a través de su frontera con Egipto.
Han pasado cuatro años desde que, en mayo de 2011, los sirios iniciaran una revolución pacífica contra el gobierno de Bashar Al Assad. Ahora esa revolución se ha convertido en una guerra civil que ha dejado muchas muertes por el camino, desplazados, refugiados y ciudades completamente destruidas. Una guerra que ha hecho que los gobiernos de la región dediquen todos sus esfuerzos a contener a los grupos terroristas que podrían salir de las fronteras sirias, y que ha hecho que se olviden (por suerte para los agricultores) de otros asuntos, como del cultivo del cannabis, que antes estaba en el punto de mira de las autoridades.
Las plantas de marihuana de la región florecen libremente, y son cosechadas y preparadas para ser vendidas, directamente, en las calles europeas. En países como Líbano, Siria, Iraq, Jordania y Egipto ocupan los campos que antes estaban repletos de remolacha. Oriente Medio se ha convertido en el centro de un comercio multimillonario y los cultivadores pertenecen a grupos armados de cada país que, de alguna forma, también ayudan a mantener la zona bajo control mientras realizan su trabajo rodeados de AK47, ametralladoras y granadas propulsadas por cohetes.
Líbano, el vórtice de la producción
Para entender la situación que está viviendo Líbano, nada mejor que analizar la figura de Ali Nasri Shamas, uno de los mayores responsables del cultivo de cannabis en el país de los cedros y considerado por todos un capo del negocio, que incluso tiene en nómina a sus propios productores de marihuana; y que también compra el producto de los agricultores más pequeños, creando un imperio cuya economía ahora tiene cientos de personas a su cargo. Asegura que el año de cosecha ha sido bueno y que sus principales productores conseguirán por lo menos medio millón de dólares cada uno. Por eso está dispuesto a cualquier cosa para que el gobierno no se acerque a sus plantaciones: "Estamos vendiendo hachís, y si alguien desde el gobierno trata de acercarse, le mataremos".
Incluso se autodefine como un Robin Hood que lucha contra la corrupción de la zona y que quiere distribuir la riqueza en la región. Aunque los pueblos inundados de marihuana han hecho que el precio caiga en picado debido a una excesiva oferta. Hace dos años, por un kilo de hachís, los agricultores se embolsaban unos 1.200 €. Ahora el precio es sólo una cuarta parte de eso. Sin embargo, el del cannabis aún sigue siendo el comercio más lucrativo en la zona.
Durante años Ali Nasri Shamas y otros agricultores libaneses vieron como el gobierno quemaba los cultivos de cannabis. Sin embargo, desde que el ejército se centró en detener a los grupos militares formados en Siria que ganaban fuerza en el país, sus plantas han florecido sin ser molestadas. Ahora los agricultores de este lugar, especialmente de la zona del valle de la Bekaa, dicen sentirse más protegidos y no tener que procuparse por las represalias que policía y otros grupos armados habitualmente tomaban contra los cultivos. Las familias de los agricultores han dejado de pasar hambre y tienen dinero para pagar la calefacción y la educación de sus hijos, por lo que Shamas está decidido a mantener el paisaje con tonos verdes, al menos hasta que la situación mejore en otros aspectos.
Sus trabajadores explican que los cultivos no son nada nuevo, aunque ahora se hayan incrementado, y aseguran que la tierra que trabajan es del pueblo, que el gobierno no tiene derecho a decirles qué hacer con ella. Son muchos los que, ante la indiferencia y desprotección del país, prefieren unirse a los grupos que controlan las plantaciones para conseguir algo de protección en una zona nada segura, y un trabajo que les permita vivir entre tanta miseria.
Hezbolá, entre dos tierras
Sin embargo, los cultivos también son protegidos por Hezbolá, una rama chiíta y paramilitar libanesa que contribuye a la guerra apoyando al gobierno sirio. En este caso, una parte del cannabis que cultivan está destinado a los combatientes, con la intención de que tengan más capacidad de lucha y para que puedan olvidarse de todo lo que llevan a sus espaldas. Pero la mayoría se exporta por mar desde los puertos libaneses o pasa a Siria por tierra, un país donde Hezbolá está luchando del lado del presidente Bashar Al Assad.
Como resultado, la marihuana y el hachís libanés producido por Hezbolá es hoy capaz de alcanzar el mercado de Dubai, Jordania o Irak con mucha facilidad. Y lo más importante, también sirve a la creciente demanda procedente directamente de los consumidores sirios.
Pero en un extraño retruécano, los agriculturos chiítas también pueden vender su hierba a los enémigos aférrimos del régimen sirio, los militantes sunitas del Estado Islámico (ISIS), por extensión sus enemigos jurados pero unos buenos amigos para hacer negocios con el cannabis, al que se lo venden por toneladas incluso dentro de las fronteras libanesas.
Apenas el año pasado, apareció un video de combatientes de ISIS supuestamente quemando un campo de cannabis en Siria, con yihadistas denunciando "los males del consumo de drogas". Pero parece que el rigor de la ley islámica no es mantener a todos los radicales lejos de las "malas hierbas". Y es que suníes, chiíes y cristianos muchas veces viven uno al lado del otro en este valle libanés que ya es considerado un granero mundial del cannabis, así que los motivos religiosos no son suficientes para interferir en la oferta y la demanda.
A pesar de que los más perjudicados de este negocio sean los propios refugiados sirios, que atraviesan la frontera huyendo de la guerra y supuestamente están siendo utilizados para procesar el hachís como mano de obra barata, mientras los oficiales del ejército cristiano son los que dirigen el contrabando a gran escala hacia el Mediterráneo.
Al final el conflicto sirio repercute directamente en este país, donde el turismo se ha derrumbado, al igual que el mercado inmobiliario, y las exportaciones de alimentos han disminuido significativamente. Mientras la economía general libanesa se va a pique, la producción de cannabis se convierte casi en la única fuente fiable de ingresos en un país rodeado de puntos calientes.
El tira y afloja de Turquía con el PKK
En la frontera norte de Siria la situación del cannabis también echa humo. Turquía siempre ha defendido que existe un vínculo de financiación entre el comercio de hachís y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), un movimiento político y guerrillero separatista que durante más de una generación está librando una guerra de insurgencia en el este del país. De las 150 toneladas de hachís que se encautaron en 2013 en Turquía, casi 89 toneladas procedían del sureste de la provincia de Diyarbakir, una fertil y motañosa zona en el corazón kurdo del país, a unos 200 kilómetros con la frontera Siria y donde se estima que existen más de 60 pueblos dedicados a cultivar vastos campos de cannabis que se extienden entre los riscos. En comparación, en 2012 solo se confiscaron 13 toneladas de hachis en la misma zona.
En marzo de 2013, el líder del PKK encarcelado, Abdullah Ocalan, declaró un alto el fuego histórico después de meses de negociaciones con el gobierno turco, lo que aprovecharon las fuerzas de seguridad turcas para iniciar operaciones contra los cultivos de marihuana en las zonas en las que antes no podían acceder por el riesgo terrorista. Los cultivos de marihuana en las zonas montañosas se detectaron principalmente gracias a fotografías por satélite y las operaciones se llevan a cabo conjuntamente por el ejército y la policía, con el apoyo de helicópteros, involucrando a cientos de efectivos en las redadas. Se estima que cerca de 56 millones de plantas fueron destruidas en los meses que dudaron estas operaciones, hasta que el PKK anunció que suspendía la tregua, acusando al gobierno turco de no cumplir las reformas prometidas.
Desde entonces, los campos de marihuana del sureste kurdo de Turquía están protegidos por minas y los francotiradores ocupan posiciones altas para protegerlos de intrusos externos. Además de la oposición de las armas, también existen grandes vacíos legales para condenar a los agricultores. El cultivo de la marihuana solamente se castiga con penas de prisión de menos de un año. Por otra parte, el Código Penal turco carece de disposiciones para que los fiscales puedan investigar los activos de las personas sospechosas de haber adquirido riqueza a través de las ganancias ilegales del narcotráfico. Y como los campos no están registrados a nombre de nadie, nadie se hace responsable del uso ilegal de la tierra.
Así el PKK sigue evadiendo la vigilancia efectiva de la policía, mientras establece puestos de mando para controlar la producción e incluso construye pozos o piscinas para atender las necesidades de riego de estos campos. Este grupo político-militar se ha hecho así con el control total sobre el comercio de marihuana en la región, sin que el gobierno turco pueda hacer nada por remediarlo.
Israel, la autosuficiencia como necesidad
En el extremo opuesto, el principal enemigo de Líbano en la zona, Israel, también vive una realidad muy diferente. El continuo conflicto entre Israel y Palestina ha llevado al bloqueo constante de fronteras y al dificil acceso de algunos productos como alimentos y marihuana. Cuando la frontera entre Gaza y Egipto estaba abierta, el cannabis era barato y fácil de conseguir; ahora es hasta cinco veces más caro ya que su frontera con Egipto permanece cerrada la mayor parte del año y la valla fronteriza, supuestamente establecida para controlar el terrorismo, hace que los israelíes no sepan si mañana podrán fumar marihuana.
De hecho, hasta el cierre de las fronteras, cerca de diez toneladas de hachís, el 70% del cannabis que se consumía en Israel, entraba cada año desde Egipto. Fue en 2010 cuando las cosas cambiaron, especialmente con la construcción de una valla, de alambre y púas, en su frontera con el país árabe. Ahora pequeñas cantidades de marihuana siguen entrando a través de Jordania o del Mar Rojo, pero la mayor parte de los comerciantes del interior de Israel han perdido sus proveedores habituales y no tienen practicamente nada que vender a sus clientes de siempre. Esto ha provocado, según algunos usuarios, que exista cierto peligro de comprar marihuana poco saludable, pues la seguridad de las sustancias ha disminuído por la escasez y la desesperación por encontrar algo que fumar.
A los israelíes no les queda otra opción que tener sus propios cultivos. "La gente incluso cultiva en sus propias casas, y yo mismo compro a aquellos que producen", explica Oren Lebovich, un activista que apoya la legalización del cannabis en el lugar. Son muchos (se estima que unas 60.000 personas) los que han decidido tener sus propios equipos de cultivo y producir, ganando buenas cantidades de dinero y convirtiendo su actividad en una forma más de subsistencia, especialmente en Tel Aviv.
Todo ello a pesar de las consecuencias legales que pueden derivar de ese cultivo, puesto que el uso y distribución de marihuana es oficialmente ilegal en Israel excepto para uso médico. De hecho, son habituales las incursiones policiales en centros de cultivo, y cada año decenas de agricultores son detenidos, así como trabajadores procedentes de Tailandia y sospechosos de cultivar cannabis en invernaderos. Inmigrantes que consideran difícil vivir de la venta de pimientos y tomates, y que ven en la planta verde y en el cierre de las fronteras su futuro. Los arrestos ligados al cannabis y otras sustancias, en conjunto, ascienden a 20.000 cada año.
Entre quienes también se está viendo una creciente implicación en el mundo de la marihuana es entre los colonos que viven en Cisjordania, que han adquirido un reciente papel de distribuidores de cannabis y otras sustancias, especialmente por el escaso control policial en estos territorios. Una situación que favorece el desplazamiento de israelíes hacia estos lugares donde suelen quedarse varios días en cada viaje.
El activista Levobich explica que, a pesar de la escasez de marihuana que ahoga a sus consumidores, esa situación ha logrado fomentar un cultivo propio y mucho más seguro con el que se podría conseguir que los propios israelíes dejaran de financiar a sus principales enemigos, como Hamás en Gaza, que habitualmente se lucraba del comercio cannábico.
En Oriente Medio, el cultivo y consumo de cannabis tiene lugar entre luces y sombras. Para unos, la guerra es la excusa perfecta para poder cultivar, cosechar, tener protección y no pasar hambre; para otros, el conflicto les lleva a ponerse manos a la obra para cultivar por sí mismos sin depender de agricultores externos, lo que aumenta la calidad de la marihuana que producen. Lo único seguro es que, hasta que no cesen las hostilidades en el hervidero de Siria, este escenario tiene visos de continuar.
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Fotos: imlebanon.org y Ruth Sherlock
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